Declaración de Intenciones

Tras varios intentos fallidos y gracias a una noche de insomnio, tengo el firme propósito de alimentar este blog con esas cosas que van ocurriendo mientras vamos al lado del camino

sábado, 26 de junio de 2010

¿Quién se ha llevado mi remesa?

Cuando ir al banco es tarea del Buda.

Ir al banco nunca ha sido un placer hedonista. Nunca nadie ha confesado secretamente que hacer diligencias en una entidad bancaria le produce sensaciones insospechadas y que aunque trata de controlarse, no puede evitar acercarse a cualquier oficina de su banco de confianza una y hasta dos veces por semana, a probar la dulce miel de lo prohibido. En este mundo al revés, la persona en cuestión llegaría a la cumbre del éxtasis un viernes de quincena y justo antes de un puente cuando literalmente el promedio de tiempo de espera es de 2 horas y media, llegando así a la cumbre del Paraíso Terrenal.

Dado que yo no tengo esas inclinaciones sado-bancarias detesto hacer diligencias en los bancos, las evito a toda costa y si estuviese en mis manos volvería a aquellos tiempos en los que todas las transacciones se resolvían a punta de sal y cargaría feliz mi paquetico de sal en la cartera. Mi animadversión coincide con mis primeros recuerdos de niña, cuando mi abuela me “vendía” como el momento de mayor diversión del día acompañarla al banco. Ella a pesar de ser argentina se adaptó perfectamente al gentilicio venezolano y entablaba conversación con todo ser que se detuviera a su lado por más de 5 segundos, el 70% de las veces el diálogo me colocaba a mi en el centro de la diatriba y revelaba detalles vergonzosos de mi niñez, como que a los 7 años aún tomaba tetero o que tenía un noviecito en el colegio que tenía el pelo rubio, los ojos rubios y los dientes rubios. El Banco está asociado a mis primeros escarnios públicos, pero en mi feliz infancia no sabía que eso no es lo peor que puede sucederte en un banco.

No es que quiera hacer tambalear –más- el sistema financiero local, pero no han notado que últimamente cada vez se torna más difícil obtener dinero en efectivo de los bancos. A medida que pasan los días los cajeros son más minuciosos y si la firma del cheque no es un calco de la que ellos tienen en el sistema te lo devuelven por defecto de firma, si lo doblaste mucho para hacerlo entrar en tu billetera “lo sentimos pero ese cheque se encuentra en mal estado” y si el emisor no tomó un cursito de caligrafía palmer y su letra es peor que la de tu sobrino de 4 años, el cheque será devuelto porque “parece haber sido tachado y las cifras son confusas”.

Ayer en la mañana estaba desesperada leyendo titulares para inspirarme en torno a que escribir en esta columna y luego por motivos muy ajenos a mi voluntad me tocó ir al banco. En ese instante de inocencia no sabía que las próximas dos horas las pasaría brincando de una sede a otra, escribiendo y re-escribiendo planillas de depósitos y retiros y la mayor parte del tiempo, esperando eternos minutos en los que irremediablemente terminaría entablando conversaciones con los vecinos.

En principio, rebotaron un cheque que había sido ingresado en mi cuenta por defecto de firma, nunca me avisaron de tamaño detalle y yo empecé a emitir cheques por mi lado que por supuesto terminaron rebotando, esta vez por falta de fondos. Cuando fui a reclamar me dijeron que lo sentían mucho pero que el sistema estaba colapsado. Recibí un nuevo cheque de mi deudor y esta vez decidí cobrarlo a riesgo de ser asaltada: cualquier cosa antes de deber dinero. Tomé mi numerito del banco en cuestión y tras una hora de espera –nadie me manda a ir al banco al mediodía cuando todo el mundo almuerza- me atiende la cajera, me pregunta profundamente asombrada si mi intención es cobrar el cheque e inmediatamente llama a la cajera principal. Totalmente incrédula de que los tres bolívares que pienso obtener en efectivo generen un alboroto de esa magnitud, mantengo mi sonrisa y mi camaradería de hermana con la rectora de mi destino financiero. Ella con cara de pocos amigos se lleva el cheque y mi cédula y me dice que espere que me llama. Yo me tomo el frasco entero de Flores de Bach que llevo en el bolso y encuentro nuevos interlocutores con los que amortiguar mi ansiedad. Para mi sorpresa a los 3 minutos la cajera principal vuelve y me llama, pero no con el dinero en la mano, sino con mi hermoso cheque para decirme que el banco no tiene efectivo y que están esperando la remesa. Yo más elevada que el Dalai Lama contesto que no hay problema que yo tendré a bien esperar y ella responde que más bien me vaya a otra agencia por que allí no saben a que hora llega el dinero, o que si tengo cuenta en ese banco deposite el cheque porque parece que las remesas están retrasada en todos los bancos. Considero la opción de prender fuego al banco, pero me calmo y para no seguir perdiendo el tiempo deposito el cheque y tras despedirme de todos mis nuevos amigos me marcho en medio de una esquizofrenia entre alegría y rabia.

Hay canciones que preguntan a dónde van los amores rotos, quién se robo mi mes de Abril, los besos robados, las palabras nunca dichas. Yo, en cambio, pregunto abiertamente a dónde se fue la plata de los bancos. ¿Quién se llevo los cobres que cubren mi minúsculo cheque? Ustedes avisen como para cuando llegan más o menos las remesas, yo estoy lista con mis Flores de Bach servidas tipo cóctel con hielo granizado.

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