Declaración de Intenciones

Tras varios intentos fallidos y gracias a una noche de insomnio, tengo el firme propósito de alimentar este blog con esas cosas que van ocurriendo mientras vamos al lado del camino

domingo, 27 de junio de 2010

Una noche de pandillas e historias de otros tiempos


Siempre he pensado que criticar una obra de arte, ya sea pictórica, escénica o narrativa es un compromiso infinito y por eso nunca he tenido el valor de hacerlo. No me reconozco experta en ninguna materia como para tener la propiedad de juzgar con argumentos firmes la creación de otro.


Por eso esto es más una reseña, una crónica de un evento que sin duda habré de recordar por mucho tiempo.


Como algunos de nosotros cuando era niña vi “West Side Story la película” unas 37 veces y luego por esas cosas de la vida he tenido la oportunidad de escuchar la "Suite de las Danzas Sinfónicas" extraídas del musical otras 57… y por favor, no me pregunten cuantas veces he escuchado el “Mambo”. Pero es ahora, muchos años después de la primera vez que me emocioné escuchando “América” y "Somewhere" que tengo la oportunidad de vivir la experiencia tal y como fue concebida: en Broadway, con bailarines, cantantes, actores, y luces y vestuario y escenografía…. y créanme hace la diferencia.


Lo verdaderamente genial de West Side Story es que representa una época y hay que remontarse a ese lugar hace más de cincuenta años para poder apreciarla en su verdadero esplendor. Si el espectador trata de analizar esta obra con el criterio del cine y teatro contemporáneo o a través de la mirada de la generación 2.0 donde todo está escrito, dicho y expuesto a través de los medios, probablemente le parecerá lenta, tendrá esa sensación que tienen los adolescentes de hoy en día cuando ven una película en blanco y negro: que le hace falta algo, pero como todo en la vida, no siempre podemos dejarnos llevar por las primeras impresiones.


West Side Story es un ícono cultural no sólo porque marcó claramente a una generación sino porque implica la conjunción de 4 maravillosos talentos del siglo 20. Empecemos por nombrar a Leonard Bernstein, creador de la partitura, una obra maestra que incluso ha traspasado las fronteras de Broadway y se ha incorporado como repertorio de muchas de las grandes Orquestas del planeta, las letras, dignas de esa partitura magistral, escritas por Stephen Sondheim, Jerome Robbins con su coreografía impecable y vistosa , encargado de poner en movimiento todas las emociones plasmada en aquella historia que escribió Arthur Laurents con el compromiso de adaptar al NY de los años 50 nada más y nada menos que la más grande historia de amor jamás contada: Romeo y Julieta. Cabe destacar que es el mismo Arthur Laurents – que pronto cumplirá 92 años- el encargado de la dirección de este nuevo montaje del aclamado musical.

Amor y odio confluyen, una vez más, para contar una historia que a primera vista luce anacrónica, pero si se piensa con detalle, podría estar sucediéndose ahora mismo, en cualquier calle del medio oriente, o incluso en los barrios de algunas de nuestras ciudades. En los tiempos que corren a veces cuesta trabajo creer que haya gente capaz de “morir por amor”, hoy parece que las emociones que nos unen son mucho más superficiales y pasajeras, pero yo que soy una romántica empedernida tengo ganas de creerme la historia de pies a cabeza.


Lo cierto es que uno como audiencia se acerca a West Side Story con la conciencia de que lo que está a punto de ver es uno de esos clásicos que a pesar del tiempo seguirán vigentes, como cuando una tarde de domingo decide uno rentar “Casablanca” o “8 1/2”. Hace unos días comentaba justamente con un amigo que acabo de comprar una versión especial de “Lo que el viento se llevo” que es una de mis películas preferidas, yo crecí amando desesperadamente a Rhett Buttler y preguntándome porque Scarlett O’ Hara no terminaba de darse cuenta que ese era el hombre que la iba a amar hasta el final de los tiempos, después uno entiende porque. La compré hace un mes y no he tenido el valor de verla, aún no sé si prefiero quedarme con el recuerdo, con las sensaciones que viven en mi memoria de niña de 10 años, porque lo peor que podría pasarme es sentir que la pátina inexorable del tiempo me ha robado la inocencia para apreciarla en toda su magnitud.


Entré al Palace Theatre aquella noche de Mayo con este mismo temor, pero en lo que sonaron los primeros acordes me sentí transportada al Upper West Side más “Shark” que nadie en el mundo. Lo primero que se puede notar en la producción es el esfuerzo para ensamblar un cast de alto nivel, todos los bailarines que componen ambas bandas los “Jets” que vienen a ser algo así como los Montesco y los “Sharks” que son la versión puertorriqueña de los Capuleto, son maravillosos.

El diseño de iluminación es genial y la escenografía típica de Broadway, pocos elementos magistralmente empleados, debo confesar que no deliré especialmente con el vestuario, pero tampoco es algo que me haya quitado el sueño


A medida que avanza el show se van presentando los personajes Riff y Bernardo, jefes de las bandas que luchan por el liderazgo callejero, Anita, la novia guapachosa de Bernardo y por supuesto María y Tony, estos dos personajes que no tienen ni idea de lo que está a punto de desatarse en medio de ese amor a primera vista.


Destaca especialmente Josefina Scaglione como “María” que se me antoja perfecta para el personaje, una argentina muy menuda y hermosa como pocas cosas sobre la tierra, con una voz dulce y un excelente dominio de la variedad de registros que requiere su rol. Además está la historia de cómo llegó a ser la protagonista del show: los productores tras buscar incansablemente a la “María” perfecta encontraron a está chica a través de youtube y así llegó de Buenos Aires a NY a vivir uno de esos cuentos de hadas que casi nadie creería. Matthew Hydzik “Tony”, también excelente, con el tipo perfecto para ser ese príncipe azul que cualquier joven soñaría, tal vez me hizo falta una voz más potente como aquella emblemática grabación donde “Tony” era José Carreras. Natalie Cortez es “Anita” una excelente bailarina y perfecta para el rol de mujer fuerte, de esas que hicieron falta por montones para construir familias de inmigrantes. John Arthur Greene “Riff”, genial en las peleas, con una energía poderosa con la que supo comunicar perfectamente la rabia contenida del personaje.


Pero por supuesto que uno como venezolano entra a ese teatro con la bandera enarbolada de un extremo al otro del pecho (yo la ondearía en físico feliz, pero da como pena con los vecinos de asiento) porque el hecho de que un chico venezolano, hijo de dos leyendas de la danza en Venezuela (Anita Vivas y Antonio Drija) sea uno de los protagonistas de West Side Story en Broadway es una de esas cosas que te enorgullecen como si uno hubiese crecido jugando “El Escondite” con ese ser.


Conozco a un par de personas cercanas al espectáculo (una de ellas Jaime Bernstein, hija del compositor) que me habían comentado que George Akram -el compatriota en cuestión, que además yo no conocía- era el Bernardo perfecto, llegando incluso a decir que cada vez que entraba a escena era difícil quitarle los ojos de encima. Uno henchido de orgullo por la magnitud de los personajes y los argumentos que esgrimen, nunca sabía muy bien si se trataba de una gentileza o si la cosa era en serio. Así que uno duda, hasta que llega al teatro se sienta, blackout, telón, y gentes que bailan mientras uno empieza a mover la cabeza al ritmo de la música (siempre con ganas de estar sobre el escenario) así, casi sin darte cuenta te percatas de que no sé puede apartar la mirada del chico que es igualito a Antonio y lleva traje morado…Tenían razón!


Lo cierto, es que fue una verdadera fortuna tener la oportunidad de experimentar West Side Story en su máxima expresión. La recomiendo ampliamente, si usted es de los que se acuerda de la película o nunca a escuchado hablar de ella o incluso si es de los que cada vez que termina un concierto de Dudamel grita “Mambo, Mambo”. Estoy segura de que muchas lunas newyorkinas seguirán vibrando al ritmo de estas dos pandillas y su “rumble”

sábado, 26 de junio de 2010

Me lo contó un pajarito


Ricky Martin, Twitter y la compulsión por la noticia

Uno se da cuenta del poder mediático que tiene una figura del mundo del espectáculo cuando sucede algo como lo que vivimos con la declaración que Ricky Martín hiciera desde su página web y para el mundo mundial hace un par de semanas. No les explico porque ya todos lo saben, pero más que el hecho en sí, que me parece perfectamente respetable, me interesa el efecto causado. Ojo, que no estoy utilizando este foro para decir que me parece maravilloso ser homosexual o que voy a emprender una cruzada para que cada día más personas salgan del closet. No, sólo estoy diciendo que si hay algo que jamás podrá separarme de ser humano alguno es su tendencia sexual, para mí es una cuestión de elección como que a mí me gusta el chocolate blanco y a María no, todas las demás consideraciones con respecto a la homosexualidad me tienen sin cuidado.

Lo que llama mi atención en este caso en particular es el valor que otorgamos a los juicios y opiniones de estos personajes públicos, que muchas veces va más allá de la lógica admiración y llega a ser una verdadera alienación. Si su hijo de 11 años decide que él también va a ser homosexual porque su ídolo es el Sr. Martin no es culpa del astro del “pasito pa’ lante” sino obra de la naturaleza o de la divina providencia. Es cierto que ser una figura pública requiere una toma de conciencia por parte del personaje e implica un grado de responsabilidad importante, pero tampoco es que Ricky Martin sea teólogo, sacerdote de alguna religión o representante inequívoco de algún poder moral. Él es simplemente un ser humano, que además es una estrella pop que decidió dejar de esconderse y declarar abiertamente su gusto por las personas de su mismo sexo, eso fue todo.

El concepto de “ser famoso” ha ido minando todas las esferas de lo que somos como sociedad, desdibujando muchas veces el concepto de que para ser reconocido hay que prepararse, estudiar, inventar algo novedoso o destacarse especialmente en algún oficio. Se supone que para que mi opinión sea calificada y por ende digna de ser tomada en cuenta a nivel masivo, debo llevar tras mis espaldas un currículo que avale mi experticia, al menos eso se supone. Hoy en día cualquier actor o artista pop sale declarando en la tele o escribe en su Twitter sobre la inminente posibilidad de una catástrofe nuclear y se produce una conmoción que detiene el mundo. Por más buen actor que sea tal o cual personaje o por más guapo que se llegue a ser, mi pregunta es, ¿Es ese personaje un vocero calificado como para tomar en cuenta su opinión a pies juntillas sin antes averiguar en profundidad? Todos tenemos derecho a opinar, claro que sí, pero eso no significa que lo que estemos diciendo sea una verdad sagrada.

Creo entonces que debemos preguntarnos dos veces el porque de la trascendencia que le damos a todos eso mensajes que día a día inundan Internet y que en un alto porcentaje están llenos de exageraciones e incluso hasta informaciones falsas. El fenómeno que durante los últimos meses se ha desatado con el Twitter en Venezuela es ejemplo claro de ello. Parece que frase escrita en Twitter es Santa Palabra y se convierte en minutos en titular de periódico. ¿Cuántas veces no han matado en ese Twitter a artistas venezolanos? Accidentes, enfermedades terminales, ébola y cuanto virus raro Dios creó es herramienta perfecta para generar un tweet noticioso. El frenesí por tener más seguidores es un fenómeno que honestamente no logro comprender. ¿Será que cuando uno llega a un cierto número de seguidores se gana un premio, un carro, un viaje a Nueva York? Sin duda, descontando la opción de escribir cosas inteligentes y de interés colectivo, la forma más fácil de aumentar la cuota de seguidores es crear notas polémicas y si tienen carácter de chisme pues tanto mejor. Yo tengo una norma, si lo leo en Twitter no lo comento hasta que no lo confirme y lo reconfirme, por si las dudas.

Sólo le advierto a Ricky que esto apenas comienza, ya arrancaron las declaraciones en los Programas del Corazón donde personajes casi olvidados recuerdan que en algún momento de la historia, por allá en los trémulos 80’s, lo vieron salir de un baño con un bigote guindando de la solapa. Ahora surgirán cualquier cantidad de rumores que colmarán no digo yo Twitter, los medios en su completa dimensión. Seguirán con videos íntimos donde nos mostrarán la vida, pasión y tamaño de los atributos del astro. Lo normal en estos caso, ya lo hemos visto antes lo que pasa que ahora nos llega desde cualquier fuente directamente a nuestro celular por obra y trabajo de un pajarito.


Plan B


El verdadero plan B es, como diría Laureano, echarle al plan A

Esta debe ser como la quinta o la sexta oleada de éxodo sistemático que vive el país. Uno lo nota inmediatamente cuando empiezan a hacerse frecuentes las invitaciones a fiestecitas de despedida. “Nos vemos el viernes en mi casa para despedir a César que se va a vivir a Buenos Aires” o “ ¿Tú tendrás algún contacto en la Polinesia Norte?, es que un primo se va a vivir para allá y está buscando trabajo” o mejor: “Mira me dijeron que tú y que viviste en España, ¿qué tal es eso por allá?”.

Me imagino que razones para querer marcharse sobran y no soy quién para juzgar porque además cada caso tiene sus particularidades. Yo me fui de Venezuela, para luego volver, hace ya más de siete años y en aquel momento era más el deseo de explorar un nuevo mundo que las ganas de huir de una realidad que no se correspondía con mis anhelos.

Sea cuál sea el motivo, llega el día en que uno decide vender los cuatro coroticos que tiene y embala el resto en dos maletas rumbo a lo desconocido. Elige el país de destino dependiendo de las necesidades y talentos que más o menos haya uno adquirido en la vida y por supuesto escuchando los consejos de los amigos y emprende el viaje que generalmente resulta diametralmente opuesto a lo que uno había imaginado.

Uno sabe por ejemplo, que la comunidad venezolana en Miami y sus alrededores está a punto de superar a la de Cubanos que no es cualquier cosa. Rodeado de las clásicas palmeras miameras y de sus edificios Art Deco usted pude comerse un cachito, una cachapa y una arepa acompañada de una deliciosa Frescolita o de una Malta, a mi que me perdonen pero eso es signo inequívoco de que la demanda de esos manjares criollos es enorme. Si uno se va de turista a Miami busca comerse cualquiera de las guarradas incluidas en la oferta gastronómica del Norte, pero jamás va a ir pensando en una reina pepiada. Esos negocios fueron ideados por los compatriotas que, tras varios meses de añoranza deciden poner fin a su angustia y deciden montar su panadería que evoca a aquella del portugués de la esquina donde transcurrieron los mejores momentos de su adolescencia. Miami fue en una época de bonanza la sede de las compras nerviosas en la gloriosa época del “ta’ barato dame dos” hoy es destino fijo de los miles de venezolanos que buscan incansables esa quimera que es el Norte.

Y en España ni se diga, resulta confuso estar en el centro de Madrid o Barcelona y oír en los transeúntes palabras como: chamo, panita, chévere, burda, na’ guará o vergación. Esa es una pequeña muestra de la cantidad de compatriotas que están ahora mismo instalados en la Madre Patria. Casi siempre el choque cultural es el mismo, los venezolanos llegan con un ánimo conquistador el cual se va mermando según sea la suerte del aventurero. El criollo no es el único que emigra, en cuanto se pisa suelo español se entiende que miles de personas provenientes de los lugares más extraños van en búsqueda de lo mismo: un sueño. Unos llegan un poco trasnochados y otros sin pegar un ojo, el reto es mantenerse despierto en una carrera que no es de velocidad sino de resistencia.

Yo acudo a todas estas reuniones de despedida con la mejor actitud y siempre antes de salir de casa me detengo frente al espejo y me prometo no mencionar palabra alguna que pueda desanimar las esperanzas de los viajantes. Pero cuando ha ingerido ya un par de vodkas y la lengua empieza a tener vida propia, me cuesta mucho no emitir opinión. Obvio que lo mejor que uno puede hacer cuando se enfrenta a una empresa de esa magnitud es tener toda la energía enfocada en que eso va a ser pisar Barajas y conseguir trabajo, es más, uno va a ir sentado en el avión por pura casualidad con el gerente de personal de Telefónica y luego de charlar con él por las 8 horas y tanto que dura el vuelo tendrá firmado el contrato sin que haya siquiera aterrizado el avión. Pero como hago yo para no decirles que no es tan fácil, que probablemente termina uno haciendo trabajos que jamás imaginó, que más que la habilidad matemática y la retórica tiene uno que licenciarse en manejo de bandeja y venta de calzado.

He estado pensando en este tema de manera recurrente durante las últimas semanas y hace pocos días tuve la oportunidad de asistir a una presentación de Laureano Marquéz quien lanzó una frase lapidaria que me encaja como anillo al dedo en estos temas. “El plan B es echarle bolas al plan A”. Este es el único país que tenemos, vayamos a donde vayamos y por mejor que nos vaya siempre vamos a ser extranjeros. Una vez más, aplaudo a aquellos valientes que deciden sumarse a la aventura de vivir fuera, pero también ovaciono a todos aquellos que deciden quedarse para cumplir su plan A.

¿Quién se ha llevado mi remesa?

Cuando ir al banco es tarea del Buda.

Ir al banco nunca ha sido un placer hedonista. Nunca nadie ha confesado secretamente que hacer diligencias en una entidad bancaria le produce sensaciones insospechadas y que aunque trata de controlarse, no puede evitar acercarse a cualquier oficina de su banco de confianza una y hasta dos veces por semana, a probar la dulce miel de lo prohibido. En este mundo al revés, la persona en cuestión llegaría a la cumbre del éxtasis un viernes de quincena y justo antes de un puente cuando literalmente el promedio de tiempo de espera es de 2 horas y media, llegando así a la cumbre del Paraíso Terrenal.

Dado que yo no tengo esas inclinaciones sado-bancarias detesto hacer diligencias en los bancos, las evito a toda costa y si estuviese en mis manos volvería a aquellos tiempos en los que todas las transacciones se resolvían a punta de sal y cargaría feliz mi paquetico de sal en la cartera. Mi animadversión coincide con mis primeros recuerdos de niña, cuando mi abuela me “vendía” como el momento de mayor diversión del día acompañarla al banco. Ella a pesar de ser argentina se adaptó perfectamente al gentilicio venezolano y entablaba conversación con todo ser que se detuviera a su lado por más de 5 segundos, el 70% de las veces el diálogo me colocaba a mi en el centro de la diatriba y revelaba detalles vergonzosos de mi niñez, como que a los 7 años aún tomaba tetero o que tenía un noviecito en el colegio que tenía el pelo rubio, los ojos rubios y los dientes rubios. El Banco está asociado a mis primeros escarnios públicos, pero en mi feliz infancia no sabía que eso no es lo peor que puede sucederte en un banco.

No es que quiera hacer tambalear –más- el sistema financiero local, pero no han notado que últimamente cada vez se torna más difícil obtener dinero en efectivo de los bancos. A medida que pasan los días los cajeros son más minuciosos y si la firma del cheque no es un calco de la que ellos tienen en el sistema te lo devuelven por defecto de firma, si lo doblaste mucho para hacerlo entrar en tu billetera “lo sentimos pero ese cheque se encuentra en mal estado” y si el emisor no tomó un cursito de caligrafía palmer y su letra es peor que la de tu sobrino de 4 años, el cheque será devuelto porque “parece haber sido tachado y las cifras son confusas”.

Ayer en la mañana estaba desesperada leyendo titulares para inspirarme en torno a que escribir en esta columna y luego por motivos muy ajenos a mi voluntad me tocó ir al banco. En ese instante de inocencia no sabía que las próximas dos horas las pasaría brincando de una sede a otra, escribiendo y re-escribiendo planillas de depósitos y retiros y la mayor parte del tiempo, esperando eternos minutos en los que irremediablemente terminaría entablando conversaciones con los vecinos.

En principio, rebotaron un cheque que había sido ingresado en mi cuenta por defecto de firma, nunca me avisaron de tamaño detalle y yo empecé a emitir cheques por mi lado que por supuesto terminaron rebotando, esta vez por falta de fondos. Cuando fui a reclamar me dijeron que lo sentían mucho pero que el sistema estaba colapsado. Recibí un nuevo cheque de mi deudor y esta vez decidí cobrarlo a riesgo de ser asaltada: cualquier cosa antes de deber dinero. Tomé mi numerito del banco en cuestión y tras una hora de espera –nadie me manda a ir al banco al mediodía cuando todo el mundo almuerza- me atiende la cajera, me pregunta profundamente asombrada si mi intención es cobrar el cheque e inmediatamente llama a la cajera principal. Totalmente incrédula de que los tres bolívares que pienso obtener en efectivo generen un alboroto de esa magnitud, mantengo mi sonrisa y mi camaradería de hermana con la rectora de mi destino financiero. Ella con cara de pocos amigos se lleva el cheque y mi cédula y me dice que espere que me llama. Yo me tomo el frasco entero de Flores de Bach que llevo en el bolso y encuentro nuevos interlocutores con los que amortiguar mi ansiedad. Para mi sorpresa a los 3 minutos la cajera principal vuelve y me llama, pero no con el dinero en la mano, sino con mi hermoso cheque para decirme que el banco no tiene efectivo y que están esperando la remesa. Yo más elevada que el Dalai Lama contesto que no hay problema que yo tendré a bien esperar y ella responde que más bien me vaya a otra agencia por que allí no saben a que hora llega el dinero, o que si tengo cuenta en ese banco deposite el cheque porque parece que las remesas están retrasada en todos los bancos. Considero la opción de prender fuego al banco, pero me calmo y para no seguir perdiendo el tiempo deposito el cheque y tras despedirme de todos mis nuevos amigos me marcho en medio de una esquizofrenia entre alegría y rabia.

Hay canciones que preguntan a dónde van los amores rotos, quién se robo mi mes de Abril, los besos robados, las palabras nunca dichas. Yo, en cambio, pregunto abiertamente a dónde se fue la plata de los bancos. ¿Quién se llevo los cobres que cubren mi minúsculo cheque? Ustedes avisen como para cuando llegan más o menos las remesas, yo estoy lista con mis Flores de Bach servidas tipo cóctel con hielo granizado.

!Este es mi año!

De las promesas de año nuevo y su incumplimiento

Empieza el año y con él la lista interminable de propósitos para los meses por venir. Uno se sienta lápiz y papel en mano con todo el ímpetu que implica el comienzo de una empresa y se instala a redactar aquel inventario de maravillas que uno está seguro llevará a feliz puerto, no te digo en un año, sino en el primer trimestre.

No es que esté en contra de los propósitos de año nuevo, al contrario escribo los míos cada año para luego incumplirlos cabalmente, lo que me parece gracioso es que sea condición sine qua non que casi siempre impliquen actividades absolutamente imposibles de cumplir, es como si el saboteo comienza en el instante mismo en el que uno se propone cada misión.

Los proyectos de nuevo año en cuestión comprenden cualquier cosa que el ser humano sea capaz de proponerse en la vida, desde el clásico adelgazar 8 kilos en un mes o dejar el cigarro para siempre, hasta asuntos ya un poco más extravagantes como subir al Everest, dirigir una película o ganar un Oscar, logros de esos sencillos que no requieren mayor preparación y que siendo realistas cualquier hijo de vecina es capaz de alcanzar en 12 meses.

Por ejemplo, todos alguna vez en la vida, tras los desastre culinarios que deja el mes de Diciembre y al mirarnos objetivamente al espejo el 02 de Enero, hemos decidido empezar el año con buen pie y dar comienzo a la dieta el próximo lunes. La meta, cosa simple, 8 kilos menos para final de mes. La fórmula, una dieta a base de atún, lechuga y té verde que para el segundo día estaremos odiando y rompiendo, cometiendo pequeños “pecados” como comernos 3 crepes con arequipe y una hallaca que sobró del 31, por aquello de que botar la comida es pecado. Siendo sinceros, en Venezuela los primeros días de Enero se sienten como Diciembre aún, así que es mejor empezar el régimen el lunes 11, que ya se siente más como 2010. Así va uno de semana en semana y comenzando la dieta cada lunes para dejarla cada miércoles por la mañana. Al llegar a Marzo uno se resigna y se auto convence de que a los hombres venezolanos le gustan más bien las chicas con curvas y que después de todo uno no está tan mal, tiene que haber un poco de carne de donde agarrar.

Y así va uno de propósito en propósito, intentando con vehemencia, pero siempre fallando. Deja uno de fumar, para retomarlo a la semana y media con ese alegato tan nuestro que reza: “De algo hay que morirse”. La gente ya un poco más atrevida coloca de número uno en sus prioridades de Año cosas extravagantes como subir al Everest, porque leyeron en alguna revista Dominical que escalar es un acto de voluntad, que cualquiera puede hacerlo y que lo que hace falta es entrenamiento. Así que llega el primer Domingo de Enero y el sujeto en cuestión desenfunda los únicos zapatos medio deportivos que tiene, que por supuesto tienen la suela lisa y se va con su carro hasta la base del Ávila para enfrentarse cara a cara al sultán de Caracas. Así comienza el “entrenamiento” que llevará a este pobre incauto a la cima más alta del mundo y que por supuesto cesará ese mismo día cuando este personaje que considera el “Guitar Hero” un deporte de alto impacto, se de cuenta que lo del Everest como que no está hecho para él.

Tan de moda está el Twitter y el Facebook que más de uno publica su lista de aspiraciones para que el mundo se entere y así hacer del escarnio una cosa colectiva. Hace un par de días leí un mensaje en el Twitter que decía “Este es mi Año” y otro un poco más efusivo que le gritaba al mundo “2010 soy toda tuya” y entonces yo digo ¿con quién hay que hablar para que esa certeza sea mía el año que viene? ¿A quién tengo que explicarle que para 2011 yo la llevo parada?


Tan lejos y tan cerca

Para ejecutivos, para mototaxistas, para quien sea, el uso del Blackberry en Venezuela poco tiene que ver con su utilidad

La obsesión en nuestro país por el Blackberry no tiene comparación ni perdón de Dios. Las cifras lo demuestran: el mercado venezolano representa el 70% de las ventas de este maravilloso aparatito en toda Latinoamérica. Se estima que sólo las ventas anuales de este teléfono en Venezuela duplican a las de Brasil y México juntos, aproximadamente 27 millones de criollos deambulan por las calles de nuestro país blandiendo orgullosos un Blackberry. Suena exagerado, ya lo sé, pero son cifras oficiales de Research in motion fabricante del equipo en cuestión.

Del ser Exhibicionista

¿Será que toda esta locura por el Blackberry tiene que ver con esa característica que durante generaciones hemos arrastrado que nos tilda de consumista y pantalleros, o estará más bien relacionado con nuestra necesidad ineludible de comunicarnos y de ser cada día más productivos?

Yo que crecí en este país en la década de los noventa recuerdo con tristeza que para poder ser “alguien” en el bachillerato era imperioso portar pantalones Levi’s 501 y calzarse con zapatos Timberland o Bass, digo tristemente porque yo nunca tuve la fortuna de poseer dichos objetos lo que me colocaba en el último eslabón de gente “cool” en mi colegio. Me salvaba de la total ignominia porque era bailarina y eso me colocaba en el nicho de la gente bohemia que iba un poco en contra de lo establecido. Hoy en día, además de los pantalones y accesorios de moda el deber tener es el teléfono Blackberry. Estoy segura de que el regalo más solicitado por los adolescentes en estas Navidades ha sido uno de estos artefactos. O sea, que ahora los profesores aparte de lidiar con el típico graciosito del salón, la niña que se convirtió en mujer demasiado pronto y salvaguardar la vida del gallo de la clase, debe además evitar que a los chamos no le lleguen las respuestas del examen por email o que las mande por Chat la cerebrito del salón.

De las adicciones

El Blackberry fue diseñado como una herramienta para ejecutivos, es una manera de llevar la oficina a cuestas pues permite enviar y recibir correo electrónico, usar herramientas de escritura y hojas de cálculo, acceso a Internet, GPS, conexión Wi-fi, entre muchas otras aplicaciones. Pero la característica que lo ha hecho infinitamente popular en Venezuela no es ninguna de las mencionadas arriba, sino un servicio de mensajería satelital que funciona más o menos como el Messenger de Hotmail, para intercambiar instantáneamente textos, fotos y hasta archivos de voz. Es esta la aplicación que nos convierte en tontos autómatas y que de seguro habrá causado más de un accidente de tránsito y también más de una ruptura matrimonial

Al fin y al cabo este innovador aparato, muchas veces en lugar de comunicarnos ejerce el rol contrario. ¿Quién no ha visto una mesa en un restaurante o en una casa llena de gente donde todos los comensales están chateando por la mensajería del Blackberry? Y el argumento es que se mantiene uno comunicado con gente que nunca ve, pero en este caso incomunicado con los seres humanos que se tienen frente. Al fin y al cabo el uso frenético de esta panacea tecnológica ha logrado alejar a los que están cerca y acercar a los que están lejos.

Dicen que toda época tiene su droga insignia. En los 60’s fue la marihuana, en los 70’s la heroina y el LSD, los 80’s con la coca y los 90’s el extasis y sus derivados, ¿será que el Blackberry terminará siendo calificado como la nueva droga del siglo 21 para los venezolanos?. Tal vez llegaremos a ese punto en que deban confiscarlos en la aduana y tener perros q los detecten en los bolsillos en el aeropuerto. Y lo detengan a uno por cargar artefactos adictivos, pobre del que lo encuentren con más de uno, va uno preso por traerlos desde el exterior para aprovechar el cupo cadivi, detenido usted Señor por traficante de Blackberry.

De las equivocaciones y sus consecuencias

El otro peligro latente de la famosa mensajería es que en un momento de descuido uno termine mandándole el mensaje a la persona equivocada. Más de una vez me ha pasado que quería escribirle a “René” y termino enviando el mensaje a “Rex” que esta justo debajo en la lista de contactos. Si el mensaje es inofensivo no pasa nada, uno aclara el error y pone su respectivo “jajajajajajajaja” y tan amigos como siempre. Pero se imagina usted que el mensaje equivocado sea un chisme importante, o una declaración de amor o una foto subida de tono. El otro día me pasó algo por el estilo, un amigo cercano pero no tanto me envió por equivocación una foto de él con una mujer despampanante en paños menores, y la nota a pie de foto era algo así como “no te llevo nada”. Enseguida me di cuenta que era un error y le respondí a Juan “se nota que la estás pasando mal”. Cuando el hombre se dio cuenta de que me había mandado la foto a mi “Eloísa” en lugar de a su pana “Eduardo” se deshizo en disculpas, pero ya el mal estaba hecho, mi retina había sido dañada por esa visión, claro que tuve la cordura de en ningún momento contárselo a la esposa.

Y por supuesto aquel famoso dicho de “Cuando tomes no manejes” que ha degenerado en “Cuando tomes no envíes mensajes de texto”. Ya sabemos que el alcohol desinhibe, con el agravante de que es mucho más fácil liberarse de prejuicios y tabúes y empezar a escribir barrabasadas que decirlas en vivo o incluso en una conversación telefónica. El elemento de seguridad que implica no tener al interlocutor enfrente sino tu Blackberry en la mano, hace que más de uno termine superando con creces al Marqués de Sade a la hora de chatear. El problema está cuando a la mañana siguiente te despiertas aún con el canguro colgado al hombro para darte cuenta que tienes 17 llamadas perdidas de la mejor amiga de tu hermana, que por supuesto no te llama nunca y la agregaste al Blackberry por no ser descortés. En medio de lo obnubilado que estás empiezas a revisar tu teléfono en busca de pistas que develen el flujo de misteriosas llamadas, para darte cuenta que fue con ella con quien chateaste por última vez, de lo cual por supuesto, no te acuerdas. Te entra un sustito en el estómago porque sabes que cualquier cosa que hayas intercambiado en esa comunicación es responsable de 17 llamadas en media hora. Abres el chat con recelo para darte cuenta que Corin Tellado, Delia Fiallo y Almodóvar no serían capaces de escribir una obra maestra como la que el Tequila te incitó a vomitar sobre el teclado de tu Blackberry. En ese momento cierras los ojos y lo único que le pides al universo es que tu interlocutor también haya estado borracho.

Fin de mundo

Hay muchas cosas que deben tratarse con seriedad y que dejan poco espacio para el humor, uno de esos temas es sin duda la salud. Como dice el dicho popular con la salud, no se juega. Por eso, este artículo más que una opinión o un relato es un llamado de auxilio. Yo sólo necesito que alguien me aclare si de verdad la gripe de moda, conocida como H1N1 es tan peligrosa y rarófila como mientan o es una manipulación más de las farmacéuticas y los medios de comunicación para hacernos creer lo que no es. Con este texto no pretendo inventar el agua tibia, porque sé que este argumento ya se ha discutido en miles de foros alrededor del mundo y tampoco he venido a denunciar uno más de los complots que se inventan las farmacéuticas para seguir llenando sus arcas a punta de la salud del pueblo. Sólo es un llamado a la reflexión.

Si usted ha tenido la oportunidad de viajar a los Estados Unidos en el último mes o se propone a hacerlo en las vacaciones decembrinas notará la obsesión in crescendo por todo lo relacionado con esta influenza, también llamada gripe porcina o influenza tipo A, hay que ver que tiene casi más nombres que Jenifer López. Lo cierto es que esta enfermedad aparte de crear el terror en la población y propiciar el uso de mascarillas tapaboca por doquier lo que ha hecho es que personajes de nuestra niñez y amados por todos, como la pobre Miss Piggy y el cerdito Porky sufran una campaña de descrédito, principalmente a través del email y el Blackberry Messenger. ¿Qué culpa tienen esos pobres cerditos de que ya las aves hayan pasado de moda para achacarles la transmisión de enfermedades? ¡Claro! Había que buscarse otro chivo expiatorio y cayó el menos avispado, el pobre cerdo.

Una de las características más notorias de esta griposa fijación es el uso constante y casi compulsivo de ese gel antibacterial para limpiarse las manos que promete que con solo frotar unas gotas del producto y sin necesidad de los obsoletos agua y jabón, usted quedará inmune ante el horroroso y mortal virus de la gripe H1N1. En los Estados Unidos es casi una norma que en todos los escritorios de oficinas públicas y privadas haya una botella del preciado gel para que usted antes de ir a cerrar un negocio o enterarse de que Madof acabo con los dineros ahorrados para su vejez se desinfecte las manos, quebrado pero aseado, eso sí.

No he venido aquí a ofender o a criticar a la gente que cree fielmente en las bondades del gel en cuestión. Sólo tengo ganas de imaginarme lo felices que van a ser estas navidades los dueños de las principales empresas productoras de esa panacea, que se han hecho multimillonarios apoyados en la paranoia colectiva de ser infectado por este mediático virus.

Disculpen mi ignorancia pero sólo quiero saber si esta gripe es tan diferente al resfriado común y corriente, ese que uno se cura a punta de Acetaminofen y sopa de pollo – y si es de gallina, mejor- que por supuesto puede ser mortal si no sé le trata adecuadamente o si el paciente en cuestión presenta un cuadro de deficiencia respiratoria. Según las últimas estadísticas de la Organización Mundial de la Salud han muerto al menos 6.071 personas a nivel mundial en lo que va de año como consecuencia de la Influenza A y la llegada del invierno en el hemisferio Norte ha hecho que la cantidad de infectados por el virus H1N1 haya aumentado, reportándose cifras por encima de lo esperado. La pregunta es ¿Estámos en presencia de una pandemia que puede ser verdaderamente peligrosa e irrefrenable? O es esta una gripe como cualquier otra con demasiada afección por el noticiero en horario estelar.

Cuantas veces no se ha dicho que las farmacéuticas ya poseen la cura del SIDA y del Cancer, pero que simplemente no les conviene hacerlo masivo porque perderían los millones y millones de dólares que reciben anualmente por todas las drogas que comercializan para controlar estos dos flagelos. Ojo, que no estoy afirmando que esto sea una verdad absoluta, sólo digo que cuando el río suena es porque piedras trae. Una vez más mi invitación es a investigar un poco, a informarnos y a no alarmarnos con la primera información que nos llega a través del televisor.

Lo peor es que el nuevo rumor entre los gringos, tan propensos al terror colectivo es que de tanto mantenerse aseados y libres de gérmenes terminarán generando la reproducción de un super virus. Este horrible microbio sería inmune a todas las drogas habidas y por haber y finalmente acabaría de extinguirnos, eso, si no llega antes el 21 de diciembre del 2012, fecha en la que según dicen se nos acaba el mundo. Es decir, que si no nos agarra el chingo, nos agarra el sin nariz, a mi que por favor me avisen con tiempo.

Nota a pie de página: Nosotros en Venezuela que siempre nos quejamos de todo lo que tenemos y preferimos lo foráneo, tenemos una ventaja competitiva frente al resto del mundo. Gracias a la ingestión metódica durante años y años de guasacaca de arepera y de las famosas salsas de ajo de los restaurantes plateados –también conocidos como carritos de perrocalientes- somos inmunes a un montón de virus que aquejan a la población del orbe. Llevamos por dentro algo así como el Festival del Escherichia coli, cosa que nos ha ayudado más de una vez cuando viajamos por el mundo y todo Dios se enferma del estómago menos uno.