Declaración de Intenciones

Tras varios intentos fallidos y gracias a una noche de insomnio, tengo el firme propósito de alimentar este blog con esas cosas que van ocurriendo mientras vamos al lado del camino

sábado, 26 de junio de 2010

Almodovar !Aquí estoy!

Para nadie es un secreto que la ciudad de Los Angeles, es tan vasta y diversa que puede definirse como varias metrópolis en una: es al mismo tiempo la urbe del glamour y la alfombra roja, la meca del cine y la industria de la música pop, la ciudad con casi más mexicanos que México y también con más coreanos que Corea. Es el centro vanguardista del movimiento ecológico y los alimentos orgánicos y también es considerada la ciudad industrial más grande de los Estados Unidos, en fin, que fácilmente podría decirse que aquí hay lugar para todos, o al menos eso parece a simple vista.

En parte gracias a esa creencia, muchas personas llegan a esta ciudad como a otras tantas de los Estados Unidos, en busca del agotado sueño americano: Uno no sabe muy bien como, pero a través del esfuerzo y la determinación, cualquiera es capaz de hacer realidad sus más alocados anhelos. Eso en papel suena muy lindo, pero el detalle está cuando la demanda de sueños supera con creces la oferta de sueños cumplidos y es ese el momento en el que el sistema entra en aprietos.

Aquí todo el mundo es actor, o productor o director de cine o cantante, en esta ciudad el que menos puja, puja un piano de cola blanco con Richard Clayderman tocando su mundialmente famosa “Balada para Adelina”. Miles y miles de personas vienen a esta ciudad cada año en busca de esa gran oportunidad que les garantice éxito, reconocimiento y por supuesto dinero. Y es que cada vez es más frecuente, escuchar que la fama es un valor indispensable. En muchas ocasiones, cuando usted le pregunta a un adolescente, “¿Y tú que quieres ser cuando seas mayor? Este le responderá sin disimulo: “Famoso”

Al llegar a Los Angeles, una de las primeras cosas que impresiona es la cantidad de mesoneros y mesoneras que se parecen a Brad Pitt y a Angelina Jolie. Cualquiera de esos chicos que te atienden en los bares y restaurantes de moda bien podría ser el próximo fenómeno cinematográfico de esos que recaudan millones de dólares en taquilla. Y es que, una vez se hace notoria la necesidad de ganar dinero para poder sobrevivir , muchos de estos histriónicos aspirantes, deben obtener un trabajo por las noches que les permita sobrevivir mientras siguen haciendo incontables audiciones y con suerte, papeles de extra en cine o televisión.

Tal vez una manera creativa de obtener buen servicio en cualquiera de estos locales sería llegar un día cualquiera y con un grupo de amigos pretender ser productores de Hollywood. Usted se sienta en aquella mesa con un fajo de papeles que parezcan un guión -que hoy en día es facilísimo de obtener gracias a Internet- y justo cuando se acerque a la mesa aquel galán estilo Hugh Jackman a pedir la orden de bebidas, suelte algún nombre clave como Bardem o Gonzalez Iñarritu. Los más atrevidos, podrían recurrir a Almodóvar o incluso mentar un nombre de esos que hacen temblar las paredes estilo Steven. Porque a Spileberg al ser amigo de la casa podríamos llamarlo por su nombre de pila.

Garantizamos que el mesonero en cuestión en el instante mismo en que se de cuenta que es usted productor, dejará de actuar como si estuviera cansado y aburrido –que probablemente lo está y no lo culpamos- para transformarse en el hombre más servicial y encantador del mundo. Además servirá sus platos siempre desde el mejor ángulo de su rostro y se preocupará de que la poca luz de las lámparas y las velas resalte la perfecta simetría de su cuerpo, que bastante esfuerzo que le cuesta a decir verdad.

Suena cruel pero esa es la realidad que vivimos muchos de los latinoamericanos que algún día decidimos lanzarnos a la aventura en otros países. Aún recuerdo cuando resignada portaba mi uniforme de “El Corte Inglés” y George pasaba sus días tras la barra de un bar. Nos atrevemos a imaginarlo porque lo hemos experimentado en carne propia, no hace tanto tiempo atrás un uniforme de mesonero vestía nuestros sueños y la esperanza de que el propio Pedro Almodóvar nos descubriera caminando por alguna calle de Madrid servía para calmar nuestras noches de insomnio.

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